Moribundo, aburrido y solitario, envuelto en un paño de silencio, me vuelvo a encontrar conmigo, después de mucho tiempo sin verme.
Hacía tanto que no tenía la oportunidad de contarme sobre mi vida que mi soliloquio, compartido conmigo, se fue convirtiendo en una aburrida reflexión donde solo yo hablaba y ya ni yo mismo me quería escuchar.
Estaba loco porque me fuera de allí y me dejara, solo de nuevo para reflexionar, sobre aquel encuentro inevitable que seguro, en otro momento, ocurrirá de nuevo.
Miro hacia el techo, respiro profundo y enfoco mi semblante imaginario que sigue conmigo y mi consciente inconsciente, no para de contarme las mismas cosas que yo ya sabía que me diría y yo, sin atreverme a mandarme a callar por miedo a parecer un loco, dejo claro, con una falsa media sonrisa, que eso ya lo sabía y que todo estará bien.
La oscuridad fue arropando mi habitación y el silencio molestoso comenzó a hacerse inaguantable ante mi incesante monólogo interno, aquel que no paraba con historias de cómo, cuando y dónde habré dejado la cordura.
Calmado, sigiloso y como sin querer, encendí la television, para amortiguar mi conversación amena y tener con que alejarme hasta darme cuenta que ya no quería escucharme más.
Me distraje por un rato hasta que me dejé de oír y ensimismado y distraído apagué la televisión solo para encontrarme conmigo, de nuevo, y una conversación a solas que me acompañaría hasta el sueño.